Cuando pensamos en dibujos animados, seguramente nos vienen a la cabeza, entre otros, las películas de Disney. Si bien es cierto que Disney ha evolucionado intentándose adaptar a los nuevos tiempos, incluyendo en sus últimas películas personajes de mujeres valientes, guerreras, independientes, de diferentes etnias y culturas y con diversos tipos de cuerpo (por ejemplo: Tiana y el sapo, Brave, Frozen, Vaiana…), no ocurre así con sus películas más antiguas. Si echamos la vista atrás nos encontramos con las típicas historias de príncipes heroicos, princesas más o menos pasivas (todas muy normativas) y amor romántico a raudales.
Por otra parte, aunque sea mucho menos conocido, tenemos a su equivalente japonés: Studio Ghibli, en cuya filmografía encontramos películas que transmiten valores relacionados con la ecología, la amistad, las relaciones humanas, etc., y en las que aparecen numerosos personajes femeninos de todo tipo (por ejemplo: La Princesa Mononoke, El Viaje de Chihiro, Mi Vecino Totoro…).
Pero ¿qué ocurre, ya no con las películas, sino con las series de dibujos animados?
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